Bartolomé Mitre y Vedia (1821-1906) Político, militar, escritor y presidente de la Argentina entre 1862 y 1868
Nueva York ,19 de diciembre 1882
Señor y amigo:
Contesto ahora, en medio de verdaderas premuras su carta, sólo en lo cuerda igual a lo generosa, de 26 de setiembre último. Me pareció un rayo de mi propio sol, y palabra del alma;-ni me parece ahora que escribo a amistad nueva, sino a amigo antiguo, de corazón caliente y mente alta. No hay bien como el de estimar,-y acaso sea este hoy mi único placer: Queda, pues, dicho que leí con verdadero gozo sus observaciones acerca de la naturaleza de las cartas en que su buena voluntad permite que me empeñe, y que el gozo fue tanto porque vi mis pensamientos en los suyos, cuanto porque penetró V. en los míos. No hay cosa que yo abomine tanto como la pasión. Cierto que no me parece que sea buena raíz de pueblo, este amor exclusivo, vehemente y desasosegado de la fortuna material que malogra aquí, o-pule sólo de un lado, las gentes,-y les da a la par aires de colosos y de niños. Cierto que en un cúmulo de pensadores avariciosos hierven ansias que no son para agradar, ni tranquilizar, a las tierras más jóvenes, y más generosamente inquietas de nuestra América. Cierto que me parecería cosa dolorosísima ver morir una tórtola a manos de un ogro. Pero ni la naturaleza humana es de ley tan ruin que la oscurezcan y encobren malas ligas meramente accidentales; ni lo que piense un cenáculo de ultraaguilistas es el pensar de todo un pueblo heterogéneo, trabajador, conservador, entretenido en sí, y por sus mismas fuerzas varias, equilibrado, ni cabe de unas cuantas plumadas pretenciosas dar juicio cabal de una nación en que se han dado cita, al reclamo de la libertad, como todos los hombres, todos los problemas.-Ni ante espectáculos magníficos, y contrapeso saludable de influencias libres, y resurrecciones del derecho humano-aquí mismo a veces-aletargado,-cumple a un veedor fiel cerrar los ojos, ni a un decidor leal decir menos de las maravillas que está viendo. Hoy, sobre todo, en que en ciertas comarcas de nuestra América, en que arraigó España más hondamente que en otras, se capitanea, bajo bandera literaria y amor poético de la tradición, una mala empresa de vuelta a los estancados tiempos viejos,-urge sacar a luz con todas sus magnificencias, y poner en relieve con todas sus fuerzas, esta espléndida lidia de los hombres.-
Siendo esa mi manera de pensar, bien hizo V., pues, en mermar de mi primera carta,-por cuya publicación y afectuoso anuncio le quedo agradecido,-lo que pudiera darle-por ser primera e ir descosida de otras, aire de prevenida y acometedora. Es mal mío no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los pequeños moldes, y hacer los artículos de diario como si fueran libros,-por lo cual no escribo con sosiego, ni con mi verdadero modo de escribir, sino cuando siento que escribo para gentes que han de amarme, y cuando puedo, en pequeñas obras sucesivas, ir contorneando insensiblemente en lo exterior la obra previa hecha ya en mí. Y esto creo que se lo dije en carta, al enviarle mi correspondencia, a nuestro amigo benevolentísimo el Sr. Carranza, y le rogué que pidiera a V. perdón por ello.-Ahora ya sé que ando entre gentes de alma noble, y que me siento a buen festín, y no tengo sino dejar salir el alma, en la que tengo fe.-Y fío en que la he de hacer sentir, por cariñosa y por humilde.-No me parecen definitivas sino las conquistas de la mansedumbre.
Me dice V. que me deja en libertad para censurar lo que, al escribir sobre las cosas de esta tierra, halle la pluma digno de censuras.-Y esta es para mí la faena más penosa. Para mí la crítica no ha sido nunca más que el mero ejercicio del criterio. Cuando escribía juicios de dramas, callar sobre los malos era mi única manera de decir que lo eran.-Puesto que el aplauso es la forma de la aprobación, me parece que el silencio es forma de desaprobación sobrada. No tema V. la abundancia de mis censuras, que se desvanecen delante de mi pluma, como los diablos delante de la cruz. Yo sé que es flaqueza mía; pero no puedo remediarlo. Suelo ser caluroso en la alabanza, y no hay cosa que me guste como tener que alabar;-pero en las censuras, de puro sobrio, peco por nulo. Cuando haya cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas;-que yo no haré en mis cartas-pues va dicho sin decirlo que acepto el honor de escribirlas pa.
La Nación,-sino presentar las cosas como sean, que es sistema cuerdo de quien, por no ser de la tierra, tiene miedo de pensar desacertadamente, o amar demasiado, o demasiado poco. Mi método para las cartas de New York que durante un año he venido escribiendo, hasta tres meses hace que cesé en ellas, ha sido poner los ojos limpios de prejuicios en todos los campos, y el oído a los diversos vientos, y luego de bien henchido el juicio de pareceres distintos e impresiones, dejarlos hervir, y dar de sí la esencia;-cuidando no adelantar juicio enemigo sin que haya sido antes pronunciado por boca de la tierra,-porque no parezca mi boca temeraria;-y de no adelantar suposición que los diarios, debates del Congreso, y conversaciones corrientes no hayan de antemano adelantado. De mí, no pongo más que mi amor a la expansión-y mi horror al encarcelamiento-del espíritu humano. Sobre este eje, todo aquello gira.-¿No le place esta manera de zurcir mis cartas?-Ya las verá sinceras,-con lo que V.-que lo es tanto-no me las tendrá a mal.-
Dicho ya, tan a la ligera que va a parecerle acaso violento y confuso, mi modo general de ver;-y puesta por delante mi alegría de hallar a tanta distancia un corazón vecino;-le pediré perdón por no haber aprovechado el correo anterior para responder a su carta; y por no comenzar con mi correspondencia hoy la serie definitiva de las mías para el periódico.-Pero después de dos años de no ver a mi mujer e hijo, me han venido en estos mismos días, en medio de este crudísimo diciembre, a alegrar mi casita recién hecha, que es toda de V.-Y primero las ansias de aguardarlos, y los miedos de que no viniesen, y luego las faenas del establecimiento, y las enfermedades de aclimatación,-me han quitado el sosiego de espíritu y claridad de mente necesarios para escribir con honradez y serenidad cosas que han de leer gentes sensatas. No lo achaque, por Dios, a informalidades de gentes letradas, que en esto no fui nunca, ni quiero yo ser, gente de letras.-Sino a calor del espíritu, que me deja sin fuerzas para obras menores cuando me lo solicita y concentra todo obra mayor. Ahora mismo le escribo, sin papel apenas en que dejar caer estos renglones, y muy entrada ya la noche fría, fatigado de un día muy laborioso, de todo lo cual le pido excusa.-Pero ya con buena parte de los míos a mi lado, y calmado el afán de verlos venir, me doy sin tardanza a mi nueva sabrosa tarea.-Y cada mes, como Vds. bondadosamente me lo piden, comenzando por el próximo de enero, y por el vapor directo, o el primero que en el mes salga,-le enviaré en mi carta noticia, que procuraré hacer varia, honda y animada, de cuanto de importante por su carácter general, o especialmente interesante para su país, sucede en este. Lo pintoresco aligerará lo grave; y lo literario-alegrará lo político. Cuando hablo de literatura, no hablo de alardear de imaginación, ni de literatura mía, sino de dar cuenta fiel de los productos de la ajena. Aunque ya han muerto Emerson y Longfellow, y Whittier y Holmes están para morir. De prosistas, hay muchedumbre, pero ninguno hereda a Motley. Hay un joven novelista que se afrancesa, Henry James. Pero queda un grandísimo poeta rebelde y pujante, Walt Whitman, y apunta un crítico bueno, Clarence Stedman.-Esta noticia se me ha salido de la pluma, como a un buen gustador se va derechamente, y como por instinto, una golosina.
Réstame sólo, por ser contra mi voluntad, tiempo de poner punto a esta carta, darme los parabienes de haber hallado en mi camino a un caballero bueno de las letras, que de fijo lo es bueno en todas las cosas de la vida. Escribiré para
La Nación fuera de todos los respetos y discreciones necesarias en quien sale al público-como si escribiera a mi propia familia. No hay tormento mayor que escribir contra el alma o sin ella.-Por lo generosa,-y bien sé cuán valiosa es la hospitalidad que en
La Nación venerable me brinda,-tengo las manos llenas de gracias. La estimo vivamente, y haré por pagarla.-¡Ojalá sienta Vd. en esta carta el cariño y efusión con que se la escribe su amigo y servidor afectuoso
JOSÉ MARTÍ