QUE la masonería es una secta hostil a la Iglesia Católica,
condenada por ésta al correr de los dos últimos siglos, no admite discusión.
Desde 1738, en que el Papa Clemente XII dió la primera sentencia condenatoria
contra la secta, es muy raro el Pontífice que no se haya ocupado de recordarnos
su excomunión. La
Encíclica Humanum Genus, del Gran Pontífice León XIII,
recordada constantemente por sus sucesores, no puede ser más elocuente.
Constituye un documento perfecto de análisis y de enseñanza para todos los católicos,
que debieran leer y conocer, por los peligros que para la sociedad y las
naciones la masonería encierra, y que, pese a los años transcurridos, mantiene
su vigor ante el materialismo grosero que invade a la sociedad moderna, que
crea un caldo de cultivo favorable a la proliferación de la secta, la que
progresivamente va invadiendo los órganos de dirección, educación, justicia,
propaganda y difusión en todas las naciones.
Ni la
masonería ha rectificado lo más mínimo sus doctrinas desde aquellas fechas,
sino todo lo contrario, las refuerza y crece en insidia y en maldad,
aprovechando el ambiente que ella fomenta y que tanto hoy le favorece.
Si filosóficamente constituye una doctrina racionalista,
su espíritu ateo, su carácter secreto y maquinador, sus prácticas criminales y
su enemiga declarada a lo católico, la elevan al primer plano en la condenación
de nuestra Santa Iglesia.
Se frotan las manos estos días los masones al ver a
su rival, el comunismo, sentenciado y excomulgado por el representante de Dios
en la tierra, procurando ocultar que si una condenación de esta gravedad pesa
en estos momentos sobre el comunismo, ateo y perseguidor declarado de la fe de
Cristo, la misma excomunión viene pesando desde hace más de un siglo contra el
mundo masónico, hipócrita y maquinador, que, pese a sus formas aparentes, es
para la sociedad moderna todavía más peligroso que el comunismo que nos
amenaza.
Mas dejemos por esta vez al sabio Pontífice la calificación
de cuanto la secta representa, aunque por su extensión tengamos que espigar en
su grandiosa Encíclica. No se trata, pues, de la exposición de nuestro
criterio, sino de la declaración de uno de los más sabios y preclaros
Pontífices que en la tierra existieron.
El párrafo quinto de su Encíclica nos dice así:
“Puesta en claro la naturaleza e intento de la secta masónica por indicios
manifiestos, por procesos instruidos, por la publicación de sus leyes, ritos y
anales, allegándose a esto muchas veces las declaraciones mismas de los
cómplices, esta Sede Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la secta
masónica, constituida contra todo derecho y conveniencia, era no menos
perniciosa al Estado que a la religión cristiana, y amenazando con las mas
graves penas que suele emplear la
Iglesia contra los delincuentes, prohibió terminantemente a
todos inscribirse en esta sociedad. Llenos de ira con esto sus secuaces,
juzgando evadir, o debilitar a lo menos, parte con el desprecio, parte con las
calumnias, la fuerza de estas sentencias, culparon a los Sumos Pontífices que
las decretaron de haberlo hecho
injustamente o de haberse excedido en el
modo.” Y después de acusar “el fingimiento y la astucia de los afiliados a esta iniquidad’,
continúa en el párrafo séptimo: “A ejemplo de nuestros predecesores, hemos
resuelto declararnos de frente contra la misma socieded masónica, contra el
sistema de su doctrina, sus intentos y manera de seguir y obrar, para más y
más poner en claro su fuerza maléfica e impedir así el contagio de tan funesta
peste.”
Acusa igualmente la conspiración de las diversas
sectas a la masonería pertenecientes, diciéndonos “que hay en ellas muchas
cosas semejantes a los arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy
exquisita diligencia, no sólo a los extraños, sino a muchos de sus mismos
adeptos, como son los últimos y verdaderos fines, los jefes supremos de cada
fracción, ciertas reuniones más íntimas y
secretas, sus deliberaciones, por qué vía y con qué medios se han de llevar
a cabo”. “Que tienen que prometer los iniciados, y aun de ordinario se obligan
a jurar solemnemente, no descubrir nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus
signos y sus doctrinas.” “Buscan hábilmente subterfugios, tomando la máscara
de literatos y sabios que se reúnen para fines científicos, hablan
continuamente de su empeño por la civilización, de su amor por la ínfima plebe;
que su único deseo es mejorar la condición de los puebIos y comunicar a
cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. Cuyos propósitos, aunque
fueran verdaderos, no está en ellos todo. Además, deben los afiliados dar palabra
y seguridad de ciega y absoluta obediencia a sus jefes y maestros, estar preparados a obedecerlos a la menor
señal y de no hacerlo asi, a no rehusar los más duros castigos ni la misma
muerte. Y, en efecto, cuando se ha juzgado que algunos han hecho traición al
secreto o han desobedecido las órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia
y destreza, que el asesino burla muy a menudo la.s pesquisas de la Policía y el castigo de la
justicia. Ahora bien. esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los
hombres como a esclavos con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida, de
valerse para toda maldad de hombres sujetos al capricho de otro, de armar los
asesinos, procurándoles la impunidad de sus crimenes, es una monstruosidad que
la misma naturaleza rechaza, y, por lo tanto, la razón y la misma verdad evidentemente demuestran que la
sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad naturales.”
De su conspiración contra los fundamentos del orden
religioso nos habla en distintas partes; así, en el párrafo noveno, nos dice
que “de los certísimos indicios que hemos mencionado resulta el último y
principal de sus intentos, a saber: el destruir hasta los fundamentos todo el
orden religioso y civil establecido por el cristianismo, levantando a su manera
otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo”. En
el doce nos expresa: “Mucho tiempo ha que se trabaja tenazmente para anular en
la sociedad toda injerencia del magisterio y autoridad de la Iglesia, y a este fin se
pregona y contiende deber separar la
Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y
administración de la cosa pública el muy saludable influjo de la religión
católica, de lo que se sigue la pretensión de que los Estados se constituyan
hecho caso omiso de las enseñanzas y preceptos de la Iglesia. Ni les basta
con prescindir de tan buena guía como la Iglesia, sino que la agravan con persecuciones y ofensas.
Se llega, en efecto, a combatir impunemente de palabra, por escrito y en la
enseñanza los mismos fundamentos de la religión católica; se pisotean los
derechos de la Iglesia;
no se respetan las prerrogativas con que Dios la dotó; se reduce casi a nada su
Iibertad de acción, y esto con leyes en apariencia no muy violentas, pero en
realidad hechas expresamente y acomodadas para atarle las manos.”
Y continúa, al tratar de la persecución a la Sede Apostólica, en
su párrafo trece, con las siguientes frases: “Por fin se ha llegado a punto de
que los fautores de las sectas proclamen abiertamente lo que en oculto
maquinaron largo tiempo; a saber: que se ha de suprimir la sagrada potestad
del Pontífice y destruir por entero al pontificado, instituido por derecho
divino.” “Ultimamente han declarado ser propio de los masones el intento de
vejar cuanto puedan a los católicos con enemistad implacable, sin descansar
hasta ver deshechas todas las instituciones religiosas establecidas por los
Papas.” La sujeción de la
Iglesia Católica en Méjico, no obstante practicar la fe
católica las cuatro quintas partes del país, a la iniquidad de estas leyes y
decisiones masónicas ofrece una elocuente confirmación.
Al impugnar la corrupción de las costumbres que la
masonería fomenta, nos aclara: “Que la única educación que a los masones
agrada, con que, según ellos, se ha de educar a la juventud, es la que llaman
laica, independiente, libre; es decir, que excluya toda idea religiosa. Pero
cuán escasa sea ésta, cuán falta de firmeza y a merced del soplo de las pasiones,
bien lo manifiestan los dolorosos frutos que ya se ven en parte; como que en
dondequiera que esta educación ha comenzado a reinar más libremente,
suplantando a la educación cristiana, prontamente se han visto desaparecer la
honradez y la integridad, tomar cuerpo las opiniones más monstruosas y subir
de todo punto la audacia de los crímenes.”
“Tiene puesta la mira con suma conspiración de
voluntades, la secta de los masones, en arrebatar para si la educación de los
jóvenes. Ved cuán fácilmente pueden amoldar a su capricho esta edad tierna y
flexible y torcerla hacia donde quieran, y nada más oportuno para formar para
la sociedad una generación de ciudadanos tal cual ellos se la forjan.” “Que
hubo en la sociedad masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de
procurarse con persuasión y maña que la multitud se sacie de la innumerable
licencia de los vicios, en la seguridad de que así la tendrán sujeta a su
arbitrio para atreverse a todo.” “Que conviene que el Estado sea ateo; que no
hay razón para anteponer una a otra
las varias religiones, sino todas han de ser igualmente consideradas.”
Al tratar de sus peligros para el Estado y de su
influencia sobre los príncipes y gobernantes, nos anuncia con las siguientes
palabras lo que luego vimos repetirse en muchas naciones y Estados: “Al
insinuarse con los principes fingiendo amistad, pusieron la mira los masones en lograr en ellos socios y auxiliares
poderosos para oprimir la religión católica, y para estimularlos más acusaron a
la Iglesia
con porfiadísima calumnia de contender, envidiosa, con los príncipes sobre la potestad y reales prerrogativas.
Afianzados ya y envalentonados con estas artes, cornenzaron a influir sobre
manera en los Gobiernos, prontos, por supuesto, a sacudir los fundamentos de
los imperios y a perseguir, calumniar y destronar a los príncipes siempre que
ellos no se mostrasen inclinados a gobernar a gusto de la secta.”
La enemiga contra el Soberano belga en los tiempos
modernos y la tolerancia con los príncipes masones de Dinamarca, Noruega y
Suecia son de una elocuente confirmación.
Señalándonos últimamente para cortar el mal el
arrancar la máscara a los masones, dictándonos el párrafo número 29, que
realmente no tiene desperdicio. Dice así: “Vuestra prudencia os dictará el
modo mejor de vencer los obstáculos y las dificultades que se alzarán; pero
como es propio de la autoridad de nuestro ministerio el indicaros Nos mismo algún
medio que estimamos más conducente al propósito, quede sentado que lo primero
que procuréis sea arrancar a los masones su máscara, para que sean conocidos
tales cuales son; que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales,
dados con este fin, las malas artes de semejantes sociedades para halagar y
atraer la perversidad de sus opiniones y la torpeza de sus hechos. Que ninguno
que estime en lo que debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle
licito por ningún titulo dar su nombre a la secta masónica, como repetidas
veces lo prohibieron nuestros antecesores. Que a ninguno engañe aquella
honestidad fingida; puede, en efecto, parecer a algunos que nada piden los
masones abiertamente contrario a la religión y buenas costumbres; pero como
toda la razón de ser y causa de la secta estriba en el vicio y en la maldad,
claro es que no es lícito unirse a
ellos, ni ayudarlos de modo alguno.”
Y termina pidiéndonos nuestras obras y nuestra
oración con estas palabras proféticas: “Levántase insolente y regocijándose de
sus triunfos la secta de los masones, ni parece poner ya límites a su
pertinacia. Préstanse mutuo auxilio sus sectarios, todos unidos en nefando
consorcio y por comunes ocultos designios, y unos a otros se excitan a todo
malvado atrevimiento. Tan fiero
asalto pide igual defensa; es a saber: que todos los buenos se unan en
amplísima coalición de obras y oraciones. Les pedimos, pues, por un lado, que
estrechando las filas, firmes y de mancomún, resistan los ímpetus cada día más
violentos de los sectarios. Por último, que levanten a Dios las manos y le
supliquen con grandes gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la
religión cristiana; que goce la
Iglesia de la necesaria libertad; que vuelvan a la buena
senda los descarriados y al fin abran paso a la verdad los errores y los
vicios a la virtud.”
Sumemos nuestra voz y rompamos nuestra lanza por las
intenciones de aquel preclaro Pontífice y que Dios confunda a los sectarios.
31 de agosto de 1949
Otro articulo de F. Franco, de su libro "Masonería"
No hay comentarios:
Publicar un comentario