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Concurrimos
a rendir homenaje a nuestro hermano Joaquín de Agūero y Agūero, en el
aniversario 156 de su ascenso a la inmortalidad.
Nació
en Puerto Príncipe, el 15 de Noviembre de 1816, hijo de Manuel Antonio Agūero y
de la Torre y
de su prima, Luisa Agūero y Duque Estrada.
Tenía
9 años cuando el colonialismo español ahorcó en la Plaza de Armas, hoy Parque
Agramonte, a Francisco Agūero Velasco, primer mártir de nuestra independencia.
A pocos pasos de donde fue inmolado ese otro hermano nuestro, los principeños
sembrarían cuatro palmas reales para homenajear, en las narices del opresor, a
Joaquín de Agūero, Tomás Betancourt, Fernando de Zayas y Miguel Benavides, que
fueron fusilados en la Sabana
de Méndez el 12 de Agosto de 1851.
Joaquín
de Agūero contrajo matrimonio el 7 de enero
de 1839 con su prima Ana Josefa Agūero Perdomo, que comprendió y compartió sus
ideales. La primera bandera cubana hecha en nuestra tierra, salió de las manos
de esa camagüeyana en julio de 1851.
Desde
1841, Agūero tuvo que hacerse cargo, al morir su padre, de la familia, por lo
que solamente alcanzó a graduarse de Bachiller en Leyes. Dos años más tarde, en
1842, funda en Guáimaro una escuela pública, en reconocimiento de lo cual es
hecho miembro de la
Sociedad Económica de Amigos del País, institución que se
destacaba por su apoyo a la instrucción pública, casi totalmente abandonada por
el desgobierno colonial español.
El
3 de febrero de 1843, cuando Ignacio Agramonte contaba solo un año de edad,
liberta a sus 8 esclavos y les da tierras para que puedan vivir como hombres
libres, hecho que lo convierte en el primer antiesclavista coherente de Cuba.
También en ese año, el 4 de marzo, es el padrino en el bautismo de un niño, en
Guáimaro, que se llamó Gregorio Benítez Pérez, llegó a ostentar el grado de
General mambí y a ser uno de los que se negaron a aceptar el Pacto del Zanjón,
para luego ser capturado y ajusticiado por los españoles durante la Guerra Chiquita.
Escuchemos
las opiniones de Joaquín de Agūero, respecto a la esclavitud, en sus propias
palabras:
“Cuál es el derecho (...) que tiene un
hombre para apoderarse de otro por la
fuerza y venderlo como si fuera propiedad suya? (...) Ninguno, ciertamente
ninguno (...) Y no se nos diga que nosotros no tenemos la culpa de los crímenes
de nuestros antepasados (...) estamos obligados a reparar la injusticia de
nuestros antepasados, devolviendo la prerrogativa y el derecho de hombres a
nuestros hermanos, los hombres de color, a quienes solo el abuso más brutal de
la fuerza y el olvido de todo buen principio de moral, de justicia y de
humanidad, ha podido traer a semejante estado de degradación y vilipendio”.
En junio de 1843 viajó a Estados
Unidos y permaneció tres meses en Filadelfia, ciudad donde fue firmada la Declaración de
Independencia de las 13 Colonias en 1776. También en esa ciudad, al terminar la Guerra de Independencia, se
redactó la Constitución
de los Estados Unidos en 1787. No hay que olvidar que durante el siglo XIX.
Filadelfia fue el centro del movimiento abolicionista norteamericano. Es ciudad donde se rinde culto a la memoria de
Benjamín Franklin, uno de los Padres Fundadores de la nación norteamericana,
que fundó allí la primera biblioteca pública, y la primera universidad
verdaderamente moderna y científica con que contó la nueva república. No existe
constancia de si desarrolló actividades masónicas en esa ciudad, llamada “del
amor fraternal”, pero sí sabemos que utilizó como nombre masónico Franklin, y
esto resulta muy significativo. Es conocida la posición antiesclavista de este
patriota y sabio norteamericano.
En
el año de 1849 funda y dirige la Sociedad Libertadora
de Puerto Príncipe, a la vez que la tradición masónica lo señala como Maestro
de la Logia primitiva "Camagūey" , según testimoniantes que sobrevivieron.
Todo
cubano debe conocer un documento esencial de nuestra historia: el Acta de
Independencia de Cuba firmada en San Francisco del Jucaral el 4 de Julio de
1851, sin que conste ninguna anterior de este cariz.
“En presencia del Supremo Legislador del
Universo, a quien invocamos, llenos del más profundo respeto para que nos
asista con sus luces (...) de hecho y de derecho nos constituimos en abierta
rebelión contra todos los actos o leyes que emanen de nuestra antigua
metrópoli: desconocemos toda autoridad de cualquier clase y categoría que sea,
cuyos nombramientos y facultades no traigan su origen exclusivamente de la
mayoría del pueblo de Cuba, solo en moral a quien reconocemos con facultades
para darse leyes en la persona de sus representantes. Bien penetrados de la
inmensa responsabilidad que echamos sobre nosotros asumiendo los derechos y
representación de todos nuestros hermanos de Cuba”.
En la parte donde Joaquín de Agüero jura desempeñar correctamente la jefatura
del alzamiento, este documento inmortal dice: “...a desempeñar cual me dicte mi
conciencia el cargo con que me envestís, que depositaré en manos de los
representantes del pueblo Soberano cuando pueda ser convocado libremente”.
No
fue un hombre rico. El patrimonio que heredó fue modesto, y no lo acrecentó,
todo indica que ganar dinero no estaba entre las prioridades de su vida,
entregada al servicio de sus semejantes. Cuando las autoridades españolas se
lanzaron como buitres a confiscar sus bienes en 1851, luego de su fusilamiento,
solo pudieron incautar un humilde colgadizo o vivienda con techo de una sola
agua, en Nuevitas, y un sitio llamado San Luis, en Monteoscuro, que incluso
estaba arrendado.
Como
las palabras de una de sus últimas cartas están dirigidas a sus compañeros, es
decir, a sus hermanos masones, escuchémoslas como lección extraordinaria de
calidad humana. Les dice, y por tanto
nos dice, que no quiere venganza, sino:
(...) que honren la memoria mía, de este pobre
hombre que tuvo la desgracia de no llevar a cabo su pensamiento, quizás porque
no era tiempo aún o lo que creo más bien, porque le faltaron los medios; que la
honren digo, uniéndose todos como un solo hombre para conseguir, a costa de
toda clase de sacrificios, la libertad de nuestra patria. Ilustraos, hermanos
míos, reformad vuestras costumbres, si queréis ser libres. Elegid con tino y
reserva jefes que os guíen, que os respondan de las altas facultades con que
debéis investirlos; obedecedles mientras se hallen al frente de vosotros,
mientras llenen su deber y de no, precipitadlos sin compasión ni escrúpulo del
sublime puesto en que hayan tenido el alto honor de ser colocados. Después de
conseguir la libertad, tened cuidado con los jefes militares o con los
ciudadanos, cualesquiera que ellos sean, que aspiren a conseguir altos puestos.
Solo este conato sea considerado como un delito de lesa república; el deseo de
mando, la manía de empleos y de condecoraciones, eximan a unos pocos de prestar
ciertos servicios al Estado, o los exoneren de ciertos cargos porque son
síntoma de tiranía..
Tampoco
puede caer en el olvido que el día 23 de julio de 1851 una tropa totalmente
integrada por cubanos, bajo sus órdenes, por primera vez combatió en campo
abierto con tropas españolas enarbolando nuestra enseña de la estrella
solitaria. Bien poco se conocen los nombres de quienes se inmolaron ese día por
nuestras libertades: Antonio María Agūero Duque Estrada; Juan Francisco Torres;
Mariano Benavides; Francisco Perdomo y Victoriano Malledo, este último un
esclavo fugitivo, primer hombre negro caído en combate por la libertad de Cuba,
que unió su sangre con la de sus 4 hermanos blancos en la finca San Carlos. Los
partes españoles son confusos, al parecer sufrieron 2 muertos y 3 heridos.
Acosado,
trató de salir del país por Punta de Ganado, donde fue sorprendido por una
traición el día 22 de julio de 1851, cerca de la 1 de la madrugada. Junto con
Tomás Betancourt, luego de hacer fuego contra las fuerzas españolas, se lanzó
al mar, donde tuvieron que ir a capturarlos los lanceros.
Cuando
fue fusilado, aquel 12 de agosto, las principeñas cortaron sus hermosas
cabelleras en señal de luto, y muchas familias abandonaron la ciudad, algunas
para siempre. Un distinguido músico negro de la villa, de apellido la Rosa, llevó al pentagrama una
composición de impresionante belleza: La Sombra de Agūero. Durante años fue interpretada
al piano en viviendas y sociedades criollas, como la Filarmónica, o Santa
Cecilia, luego se perdió. Recientemente fue rescatada en una investigación,
dentro de un programa de Maestría en Cultura Latinoamericana que se desarrolla
en nuestra ciudad, y nuevamente sus notas rinden homenaje a nuestro hermano
mártir.
Uno
de los hombres que lo acompañó en el combate de San Carlos, nuestro hermano
Augusto Arango, fue dejado sobre el campo, dado por muerto, por los españoles.
Luego fue capaz de levantarse y llegar hasta una finca próxima de su familia,
donde su hermano Agustín, que era médico, curó sus heridas. Llegó a ostentar el
grado de Mayor General en la
Guerra del 68, y fue vilmente asesinado junto al arroyo Juan
de Toro, en el actual Casino Campestre. Fue el jefe mambí que tomó Guáimaro con
sus tropas, antes del alzamiento de Clavellinas. Otro de sus compañeros de
armas, José Rafael Castellanos Guillén, murió en la Guerra de 1895, combatiendo
por la libertad, a la edad de 91 años. Así tenemos una idea de sus compañeros
de lucha.
Hoy
lleva su nombre la Plaza
que ocupa el lugar en que fue fusilado. Allí comienza la Avenida de los Mártires,
por donde fueron llevados hasta el patíbulo, por decenas, otros fundadores
gloriosos de nuestra nación y nuestro pueblo. Desde la Avenida de los Mártires,
la calle que antes se llamó Reina, y ahora ostenta el más democrático nombre de
República, lleva al otro extremo de la ciudad, donde se extiende, completando
el símbolo, la Avenida
de la Libertad,
por donde entraron las tropas mambisas en el 1898. También ostentan el nombre
de Joaquín de Agūero, entre otros, un
contingente de constructores, una calle del barrio de la Vigía y una Logia masónica camagüeyana.
De muchas formas se asegura que no caiga jamás en el olvido. Este es otro
intento, modestísimo, para que las nuevas generaciones tengan el privilegio de
disfrutar las lecciones de cubanía, patriotismo, abnegación y valor de ese
hermano nuestro.