Desde
mediados del año 1894 el Apóstol ya tenía ordenado todo lo concerniente a la “lucha
de la patria por la libertad” en la que a cada patriota fijó lugar, aunque los
mismos desconocían los manejos ajenos.
Martí
consideraba propicia la fecha para que el pueblo del Diez de Octubre se
declarara en armas, ya que creía el momento feliz y a la vez peligroso si no se
aprovechaba, como quería aprovecharlo la dirección política. En el último
tiempo de este año el pensamiento del Delegado del Partido
Revolucionario
Cubano revoleteaba constantemente. Fueron semanas de mucha preocupación aunque
todo estaba trazado minuciosamente. Todo estaba planificado y cada uno tenía
que ejecutar una parte del plan de embarque hacia Cuba.
Los
días transcurrían lentos, angustiosos.
Más,
todo era imposible; el General Gómez no enviaba la comisión anunciada y Martí
preveía un eminente peligro, tal que comunicaba a
Serafín
Sánchez: “estamos perdiendo un tiempo precioso, y debilitando con cada día que
perdemos la oportunidad que labramos. Imagine mi inquietud silenciosa..” En uno
de esos momentos de reposo dentro de la enfermedad que le dominaba en aquel
tiempo confiesa a Tomás Estrada
Palma
su deseo de permanecer en la manigua cubana luchando como un pleno soldado a
favor de la libertad de Cuba
Pensando
en su madre escribe a su amigo, el Dr. Juan Santos Fernández, médico de Doña
Leonor: “....sé lo que haces por mi
madre, y lo que vas a
hacer. Tratármela bien, que ya ves que no tiene hijo. El que le dio la naturaleza está empleando los años de
su vida en ver como salva
a la Madre Mayor...”
“Vida
tan generosa y sacrificada como la de José Martí ya sería por sí sola dechado
admirable de abnegación, de amor sin límites a su pueblo y a
América,
de actividad asombrosa proseguida a través de las mayores adversidades; así lo
describió Raimundo Lida en su obra “José Martí”.
La
última Nochebuena de José Martí
José
Martí mantenía afectuosa relación de amistad con cada uno de los miembros de la
familia Baralt. Blanche Zacharie Hutchins, una joven americana de 18 años de
edad, conoce en una velada musical a Martí y al Dr. Luis Alejandro Baralt por
mediación de su hermana Adelaida.
Tiempo
después, el Dr. Baralt y Blanca Zacharie se casaban y Martí fungía de padrino.
Así, en lo adelante, el matrimonio -tal como la familia mantuvo contacto
amistoso con nuestro patriota.
Tomemos
la palabra de Blanche Z. de Baralt para conocer detalles del carácter del
Apóstol cuando ella dijo que lo ha:
“...visto armarse de gran energía y estallar en justa ira en
momentos terribles, su carácter era dulce y poco irritable. Tenía un gran
dominio sobre sus nervios y bien sabe Dios si tuvo motivos de contrariedad y de
indignación en la lucha a brazo partido que sostuvo en los últimos años de su
vida, en que tantos, aun entre los suyos mismos, le entorpecieron el camino…”
Además
Blanche de Baralt en uno de sus dos libros “El Martí que yo conocí” y “Martí,
Caballero” recordaba aquella reunión llena de insólitos presagios:
"…Quiero recordar aquí la última cena, 24 de diciembre
de 1894.
Cenábamos en la Nochebuena como era costumbre desde hacía
muchos años, un grupo de amigos íntimos casi siempre los mismos. Ese año le tocó
el turno de recibirnos a Irene Pintó de Carrillo, esposa de Antonio
Carrillo de Albornoz, amigo de Martí desde la juventud.
"…Con él y con Fermín Valdés Domínguez había estudiado
Derecho en
Madrid.
"…Éramos trece comensales, y había faltado uno. Los
esposos Carrillo y sus tres hijos; la señora de Mantilla con sus hijas Carmita
y María; Martí;
Federico Edelmann y Adelaida Baralt; Luis y yo. Martí llegó
algo tarde y parecía fatigado; ya estábamos en la mesa; aunque él estuvo afable
y celebró la cena para agradar a la dueña de la casa, no reinaba la alegría habitual.
No se lo explicaba uno, pero fue una fiesta de poca animación y pesaba sobre
todos como un presentimiento inexplicable ..”
Una despedida formal…
Llegado
el momento José Martí anhelaba despedirse de fieles amigos
como
si presintiera que no regresaría por muy largo tiempo ya que su
deber
con la Patria era llegar allí, besar la tierra tanto tiempo fuera de su
alcance,
y luchar como un soldado más para lograr su libertad, ...y de una
de
esas despedidas nos la relata Blanca Zacarie de Baralt:
“...Era las ocho y media de la mañana. Estaba en el comedor
de mi casa tomando el desayuno. Sonó el timbre y oí la voz de Martí preguntar a
la criada que le abría la puerta:
«¿Está ahí el caballero?», ….y momentos después entraba en el comedor.
«¿Se ha ido Luis ya? ¡Qué pena!, vine presuroso pensando alcanzarlo,
pues no quería marcharme sin estrecharles la mano.
¡Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver! Me despide de
Adelaida y de Fico, y ahora me voy. ¡Adiós! No tengo un minuto que perder».
Lo acompañé hasta la puerta y salió en la mañana helada,
como una flecha. Días después nos fijamos en un sobretodo marrón que había
quedado colgado en la sombrerera. No pertenecía a ninguno de los de la casa. ¿Sería
de algún amigo, que lo había dejado allí olvidado? Cosa rara en pleno invierno.
Mi cuñada registró los bolsillos a ver si hallaba algún indicio de su dueño.
¡Cuál no fue su asombro al ver que estaban repletos de
cartas y papeles dirigidos a Martí! ¡Pobrecito!, en la precipitación de su ida
no se acordó de que había dejado su gabán en el vestíbulo, y se fue a la calle
en ese día glacial sin notarlo.
¡Cómo estaría de preocupado!…"
En
esos días el Delegado embarcaba para Port-au-Prince en el vapor
Inglés “Athos” acompañado de Enrique Collazo,
Manuel Mantilla, y José
María
Rodríguez –Mayía- a quien Martí calificaba “el más virtuoso de los compañeros”.
Iban a
reunirse con Máximo Gómez y otros patriotas en Montecristi para desde allí
realizar el viaje y arribar a la costa de Cuba.
Sus últimos
días en Estados Unidos
Se
dice que ésta es la última foto de José Martí tomada en New York, días antes de
embarcar hacia Santo Domingo, aquí acompañado de Manuel
Mantilla,
hermano de María y Carmita a quienes el Apóstol llamaba “mis niñas”.
Observando
detenidamente esta foto, recordemos lo expuesto por Enrique
Collazo
-publicado en “Cuba Independiente”, La Habana, 1900-, en cuanto a la imagen de
José Martí.
“.... fino por temperamento, luchador inteligente y tenaz,
que había viajado mucho, conocía el mundo y los hombres; dominaba siempre su
carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento, dispuesto
siempre a sufrir por los demás, apoyo del débil, maestro del ignorante,
protector y padre generoso de los que sufrían; aristócrata por sus gustos,
hábitos y costumbres, llevó su democracia hasta el límite; dominaba su carácter
de tal modo que sus sentimientos y sus hechos estaban muchas veces en
contraposición; apóstol
de la redención de la Patria
logró su objeto...”
Justamente
así serían sus últimos días en la ciudad de New York.
Haciendo
arreglos importantes, firmando documentos, antes de preparar e iniciar el viaje
a Santo Domingo...:
Una
vez leí un libro, -hace bastante tiempo y no recuerdo exactamente el título ni
estoy plenamente segura del nombre del escritor, donde en una de sus páginas el
autor situaba a un José Martí caminando por aquellas calles y avenidas de la
ciudad de New York. Algunos otros –sus amigos nos dejaron saber que el Apóstol
caminaba a pasos cortos, pero muy rápidos...
Y hoy
medito: ¿Revelaría el físico del Delegado su estado de ansiedad expresando a su
vez la inquietud por el tiempo que veloz transcurría sin recibir noticias de si
todo estaba preparado en la isla para efectuar el inicio de la guerra justa y necesaria? ¡Cuántas
veces caminaría, -¡quizás!- dominado por su pensamiento y tolerando en silencio
la fría temperatura del Norte de Estados Unidos!
Escrito por: María Teresa Villaverde Trujillo. Lunes 23 de diciembre 2013