jueves, 2 de mayo de 2013

El Médico de Martí


       
                                                                                    
                                       Dr. Ramón Luis Miranda Torres (1836-1910)

El 27 de Enero de 1910 - Muere en Matanzas, el doctor Ramón Luis Miranda Torres. Considerado en la historiografía médica como el médico de Martí, además de ser su amigo y colaborador revolucionario.
Considerado en la historiografía médica como el médico de Martí, el doctor Ramón Luis Miranda Torres, es sin dudas una figura poco conocida, a pesar de haberse destacado en varios aspectos de su vida. En este artículo abordamos algunas facetas interesantes. Nacido el 29 de julio de 1836 en Matanzas, Cuba.
En el año 1853 matricula la carrera de Medicina y aprueba con notas sobresalientes los 2 primeros cursos, luego viaja a Francia y el 10 de mayo de 1861 se gradúa de médico. Al regresar de Europa tenía 25 años y había conquistado otros dos títulos universitarios: uno de Bachiller de la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid, según diploma de 1861, y el de Licenciado en Medicina y Cirugía otorgado por la misma Universidad el 12 de agosto de 1861. Alcanzó la condición de Académico de Mérito.
José Martí, nuestro Héroe Nacional, padeció varias enfermedades desde que siendo un adolescente, fue encarcelado en las canteras de San Lázaro. Allí sufrió las úlceras -provocadas por las gruesas cadenas y el grillete- que se mantuvieron durante toda su vida. Posteriormente en España, se le diagnostica sarcoidosis y según una investigación que hemos realizado y que se mantiene inédita (Hodelín Tablada R. Enfermedades de José Martí. Dolor infinito y la fibra noble del alma), consideramos que esta enfermedad lo acompañó durante toda su vida. A pesar de lo anterior, nunca se dejó llevar por las enfermedades y supo crecerse, poniendo siempre al frente al hombre íntegro. Martí, radicado en Nueva York, fue atendido por el doctor Miranda. Siendo el Apóstol el guía de los cubanos en el exilio, inferimos que el galeno ya tenía fama de buen facultativo cuando los cubanos le confieren la atención médica del héroe.
El propio doctor Miranda relata que en cierta ocasión Martí necesitó de sus servicios y lo recuerda así: “Me mandó a buscar por estar enfermo y me dirigí a su casa… lo encontré en su modesto y estrecho cuarto, postrado en cama, febril, nervioso; examinado diagnostiqué bronquitis y que en breve se curaría; él se había alarmado creyendo que su enfermedad pudiera agravarse y me dijo “Doctor, cúreme pronto, tengo una misión sagrada que cumplir con mi patria, poco me importa morir después de realizarla; la muerte para mí no es más que la cariñosa hermana de la vida”. Continúa Miranda su testimonio: “Ésa fue la primera vez que conocí personalmente a Martí y desde entonces sentí por él respeto, admiración, y comprendí su grandeza e inmenso amor por Cuba. Con frecuencia nos veíamos después, y tuve el placer de que pasase sus últimos días en Nueva York en nuestra casa... durante el tiempo que pasó Martí en nuestra casa –dos semanas- proporcionó a toda la familia deliciosos ratos, con su amena, variada y elocuente conversación, que jamás olvidaremos, como tampoco el 28 de enero de 1895, día de su cumpleaños cuarenta y dos, que lo pasó agradablemente en compañía de varios de sus amigos, los cuales compartieron con nosotros nuestra mesa. Dos días después, entusiasmado lleno de fe y esperanza en que Cuba sería libre, se despidió cariñosamente de nosotros para Santo Domingo”. Es evidente que el doctor Miranda sentía gran simpatía, aprecio y cariño por su amigo Martí.
En febrero de 1894 -exactamente el día 17- el Apóstol escribe una carta que transcribimos textualmente por ser fiel testimonio del cariño y admiración que sentía por su médico: “Mi muy querido doctor: Le tengo tanto cariño que no creo deber escribirle con pompa y besamano para que ud. se deje caer por aquí mañana domingo, a las 4 de la tarde, a conversar, con seis o siete personas del consejo, sobre el mejor modo de dar a Fermín Valdés Domínguez público y mesurado testimonio de cariño. Saludarlo queremos todos; pero pensemos juntos la mejor manera y como en la compañía de ud. salen las cosas mejor hechas, -y a ud. solo lo innoble le es extraño- lo espero sin falta…” Convida a su médico y amigo a preparar el homenaje que quiere darle a otro grande amigo. Sin dudas, Martí distingue al doctor Miranda entre las seis o siete personas, que merecen estar en la preparación del homenaje a su hermano del alma.
Otra epístola de Martí fechada el 19 de enero de 1895, dirigida al General Antonio Maceo y Grajales, reseña que le escribía desde la casa amiga y se está refiriendo al hogar del doctor Ramón Luis Miranda Torres, que era suegro de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, el discípulo predilecto de Martí. Evidentemente, la amistad de Martí y Miranda fue más allá de la relación médico-paciente, se extendió también a la familia. En el hogar de Miranda encontró Martí compresión y amor en momentos muy necesarios, cuando le faltaba salud y parecía que el intento de liberar a Cuba fracasaba. Allí se fortaleció, creció espiritualmente y recibió todo el apoyo para continuar su obra.
Posiblemente en los primeros días de diciembre de 1909, en Nueva York, el doctor Miranda sufre un ictus debido a una hemorragia cerebral que lo dejó en cama, grave y con una hemiplejia derecha. Decimos en los primeros días de diciembre, porque Gonzalo de Quesada envía con fecha 13 de diciembre un cablegrama a la Academia, en respuesta a la solicitud de esta institución, donde explica la gravedad del médico. Este documento inédito lo encontramos en el Archivo del Museo Nacional de Historia de las Ciencias “Carlos J. Finlay”. A pesar de todo el esfuerzo realizado por los facultativos que le atendieron, a las tres de la madrugada del 27 de enero del 1910 dejó de existir el doctor Miranda. Así lo confirma el cablegrama enviado por Gonzalo de Quesada a su querida Academia, donde fue muy profundo el dolor al conocer la desagradable noticia. Como bien destacó nuestro Apóstol: “el doctor Miranda es mérito tranquilo, que dura y se reconoce”. Reconocer estos méritos, divulgarlos e imitarlos es una forma de que perduren, en las nuevas generaciones de médicos cubanos

Colaboración del boletín "El águila negra"

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