miércoles, 6 de abril de 2011

De: La Edad de oro. José Martí 1889

Miguel Hidalgo y Costilla 1753-1811

De los tres Héroes, El cura Hidalgo

México tenía hombres y mujeres valerosos, que no eran muchos, pero valían por muchos. Media docena de hombres y una mujer preparaban el modo  para hacer libre  a su  país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal y un cura de pueblo que quería mucho a los indios, un cura de sesenta años. Desde niños fue el cura Hidalgo, de la raza buena, de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de merito. Por que lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo XVIII, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado y a pensar y hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar  a los indios, que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo, a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien: la música, que consuela, la cría del gusano, que da la seda, la cría de la abeja que da la miel. Tenía fuego en si, y le gustaba fabricar: creó hornos  para cocer los ladrillos. Le verían lucir mucho, de cuando en cuando los ojos verdes, todos decían que hablaba muy bien, que sabía mucho nuevo, que daba muchas limosnas al señor cura del pueblo de Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro  una que otra vez a hablar con unos cuantos valientes y con el marido de una buena señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de Querétaro trataban de hacer a México Libre. El cura montó a caballo, con todo su pueblo, que lo quería como a su corazón, se le fueron juntando los caporales y los sirvientes de las haciendas, que eran la caballería, los indios iban a pie, con  palos y flechas, con hondas y lanzas. Se le unió un regimiento y tomó un convoy de pólvora que iba para los españoles. Entro triunfante en Celaya, con música y vivas. Al otro día junto el ayuntamiento, lo  hicieron general y empezó un pueblo a nacer. El fabricó lanzas y granadas de mano. El dijo discursos que dan calor y echan chispas, como decía un caporal de las haciendas. El declaró libres a los negros. El les devolvió las tierras a los indios. El publicó un periódico llamado “El Despertador Americano”. Ganó y perdió batallas. Un día se le juntaban siete mil indios con flechas y el otro día lo dejaban solo. La mala gente quería ir con el para robar en los pueblos y para vengarse de los españoles. El les avisaba a los jefes de los españoles que si los vencía en la batalla que iba a darles, los recibirían en  su casa como amigos. ¡Eso es ser grande¡ Se atrevió a ser magnánimo sin miedo a que lo abandonase la soldadesca, que quería que fuese cruel. Su compañero Allende tuvo celos de el, y el le cedió el mando a Allende. Iban juntos buscando amparo en su derrota cuando los españoles les cayeron encima. A Hidalgo le quitaron uno a uno, como para ofenderlo, los vestidos de sacerdote, lo sacaron detrás de una tapia y le dispararon tiros de muerte en la cabeza. Cayó vivo revuelto en la sangre, y en el suelo lo acabaron de matar. Le cortaron la cabeza y la colgaron en una jaula, en la Alhóndiga misma de Granaditas, donde tuvo su gobierno. Enterraron los cadáveres descabezados. Pero México es libre.

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