Motivado por las largas
guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, la mala administración de
los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV mas las cuantiosas pérdidas que
acarreó la Guerra Francesa e India de 1754 a 1763 y el aumento de la deuda
generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la
guerra de la Independencia estadounidense 1775-1783, el Estado francés había
sufrido periódicas crisis económicas caracterizada por: Un aumento de los
gastos del Estado; disminución de los precios agrícolas con el consiguiente
descenso de los beneficios para los terratenientes y los campesinos, y una
escasez de alimentos en los meses precedentes a la Revolución; unida a una
inmanejable deuda del estado la cual fue exacerbada por un sistema de extrema
desigualdad social y de altos impuestos que los estamentos privilegiados,
nobleza y clero, no tenían obligación de pagar, pero que sí oprimía al resto de
la sociedad. Todo esto originó un odio creciente contra el absolutismo
monárquico, exacerbado por el resentimiento hacia el sistema feudal
por la emergente clase burguesa con un
poder económico cada vez más grande y fundamental en la economía de la época.
Acerca de lo
concerniente a la guerra en las Colonias Británicas de Norteamérica, recordemos
que el insigne patriota norteamericano Benjamín Franklin viajó a Francia en
busca de apoyo para continuar la campaña contra las tropas británicas. Antes
allí había sido nombrado Representante Oficial Estadounidense en 1775 y en 1778
firmó un Tratado de Comercio y Cooperación que, a la postre, dio razón a la
Gran Bretaña para que declarara la guerra a los franceses. Por otra parte Marie
Joseph Motier, marqués de La Fayette, militar y político francés, luchó en el
bando de los rebeldes de las colonias durante la guerra de la Independencia
estadounidense y, más tarde, desempeñó un importante papel en la Revolución
Francesa. La Fayette regresó a su país y permaneció allí durante seis meses a
fin de conseguir ayuda económica y militar para los rebeldes de las colonias.
Volvió a Norteamérica en 1780 y tomó parte en la campaña de Virginia, que
concluyó con la rendición en Yorktown del general británico Charles Mann
Cornwallis, en 1781. La Fayette regresó a Francia ese mismo año. En su tercera
visita a Estados Unidos en 1784, se le recibió con honores de héroe.
Tengamos en cuenta que
el periodo en que se gestó la Revolución francesa, transcurrió en el
llamado Siglo de las Luces o
Ilustración, término utilizado para describir las tendencias en el pensamiento y la literatura
en Europa y en toda América durante este siglo XVIII. La frase fue empleada con
mucha frecuencia por los propios escritores de este periodo, convencidos de que
emergían de siglos de oscuridad e ignorancia a una nueva edad iluminada por la
razón, la ciencia y el respeto a la humanidad. En este periodo son abarcadas
las aportaciones de grandes racionalistas como René Descartes y Baruch Spinoza,
los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y algunos pensadores
escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle o Jean Antoine Condorcet. No
obstante, otra base importante fue la confianza engendrada por los nuevos
descubrimientos en ciencia, y asimismo el espíritu de relativismo cultural
fomentado por la exploración del mundo no conocido.
De acuerdo con la
filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no
es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por
la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser
modificada, cambiada su naturaleza para mejorar. Se otorgó un gran valor al
descubrimiento de la verdad a través de la observación de la naturaleza, más
que mediante el estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia.
Aunque veían a la Iglesia —especialmente la Iglesia católica— como la
principal fuerza que había esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los
pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión.
Más que un conjunto de
ideas fijas, la Ilustración implicaba una actitud, un método de pensamiento. De
acuerdo con el pensamiento del filósofo Immanuel Kant, el lema de la época
debía ser -“atreverse a conocer”-.
De esta forma surgió un deseo de reexaminar y cuestionar las ideas y los
valores recibidos, de explorar nuevas ideas en direcciones muy diferentes.
El filósofo, político y
jurista Charles-Louis de Montesquieu, uno de los primeros representantes del
movimiento, empezó a publicar varias obras satíricas contra las instituciones
existentes, así como su monumental estudio de las instituciones políticas, El espíritu de las leyes (1748).
Sin duda, el más
influyente y representativo de los escritores franceses fue Voltaire. Inició su
carrera como dramaturgo y poeta, pero es más conocido por sus prolíficos
panfletos, ensayos, sátiras y novelas cortas, en los que popularizó la ciencia
y la filosofía de su época, y por su voluminosa correspondencia con escritores
y monarcas de toda Europa. Gozaron de prestigio las obras de Jean Jacques
Rousseau, cuyo Contrato social (1762),
el Emilio, o la educación (1762) y Confesiones (1782) tendrían una
profunda influencia en posteriores teorías políticas y educativas y sirvieron
como impulso literario al romanticismo del siglo XIX. La Ilustración fue
también un movimiento cosmopolita y antinacionalista con numerosos
representantes en otros países. Kant en Alemania, David Hume en Escocia, Cesare
Beccaria en Italia y Benjamín Franklin y Thomas Jefferson en las colonias
británicas mantuvieron un estrecho contacto con los ilustrados franceses, pero
fueron importantes exponentes del movimiento. La Ilustración penetró tanto en
España como en los dominios españoles de América.
En la década de 1770 los
escritores ensancharon su campo de crítica para englobar materias políticas y
económicas. De mayor importancia en este aspecto fue la experiencia de la
guerra de la Independencia estadounidense (en las colonias británicas). A los
ojos de los europeos, la Declaración de Independencia y la guerra revolucionaria
anunciaron que, por primera vez, algunas personas iban más allá de la mera
discusión de ideas ilustradas y las estaban aplicando. Es probable que la
guerra alentara los ataques y críticas contra los regímenes europeos
existentes.
Por otra parte los defensores
de la aplicación de reformas fiscales, sociales y políticas reclamaban,
insistentemente la satisfacción de sus reivindicaciones durante el reinado de
Luis XVI. En agosto de 1774, este rey nombró controlador general de Finanzas a
Anne Robert Jacques Turgot, un
hombre de ideas
liberales, que implantó
una política rigurosa
en lo referente a los gastos del
Estado. No obstante, la mayor parte de su política restrictiva fue abandonada
al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las presiones de los
sectores reaccionarios de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María
Antonieta de Austria. Su sucesor, fue el financiero y político Jacques Necker
como controlador general de Finanzas de Francia. Sus primeras medidas tuvieron
dos claros propósitos: conseguir establecer un sistema fiscal caracterizado por
una capitación más equitativa y lanzar un crédito público que fundara la deuda
nacional francesa. En 1781 completó su Informe al Rey, en el que realizó un
profundo análisis de la situación económica de Francia. Poco después, ese mismo
año, Luis XVI le obligó a dimitir. Fueron varias las causas de su destitución.
El rey no aprobaba la confesión de su ministro. Además, Necker se había ganado
la antipatía de la reina María Antonieta, a la cual había reprendido por los
gastos que, para el Estado, suponían sus constantes extravagancias. El tercer
detonante de su caída en desgracia fue la oposición de los sectores sociales
más poderosos, la corte y la nobleza, que no estaban dispuestos a aceptar su
proyecto de reforma de la hacienda francesa, a partir de un sistema tributario
que incluyera a esas clases privilegiadas. Por supuesto Necker tampoco
consiguió realizar grandes cambios antes
de abandonar su cargo en 1781. Sin embargo,
fue aclamado por el
pueblo por hacer
público un extracto de
las finanzas reales en el que se podía apreciar el gravoso coste que suponían
para el Estado los estratos sociales privilegiados. La crisis empeoró durante
los años siguientes. En este orden de cosas, el pueblo exigía la convocatoria
de los Estados Generales. Los Estados generales fue un cuerpo legislativo
integrado por miembros de los tres grupos, o estratos, de la sociedad de
entonces: la nobleza, el clero y el pueblo (este último también llamado el
tercer estado) el cual se constituyó por primera vez en 1302 (convocados por
Felipe IV). El poder del que gozaron durante los siglos XIV y XV fue declinando
paulatinamente y desde 1614 hasta 1789 no se reunieron más. Ese último año
fueron convocados por Luis XVI en un desesperado intento por hacer frente a la
crisis financiera en que estaba sumida Francia inmediatamente antes del
estallido de la Revolución Francesa.
Aunque los diputados
debían pertenecer al estado llano en principio, en ocasiones también eran
elegidos candidatos de los otros estamentos; así, en 1789 el abate Emmanuel
Joseph Sieyès, un clérigo radical, fue elegido diputado del tercer estado por
el distrito de París.
En 1789 fue muy
criticada la circunstancia de que los Estados Generales estuvieran divididos en
tres estamentos o estratos. Así lo señaló Sieyès en 1889 en su escrito anónimo -¿Qué es el tercer estado?-, en el que
argumentaba que las antiguas distinciones entre clero, nobleza y tercer estado
resultaban ya irrelevantes. Recomendó que este grupo, que proporcionaba toda la
riqueza y talento de la nación, se constituyera como asamblea nacional y se
abolieran los privilegios de la nobleza y el clero.
Así en junio de 1789, el
tercer estado, al que se sumaron algunos miembros del clero, como fue el propio
Sieyès, y de la nobleza, prácticamente comenzó la Revolución al desafiar al rey
y erigirse en Asamblea Nacional el 17 de junio de 1789 donde se declararon como
únicos integrantes de la Asamblea Nacional y ésta no representaría a las clases
pudientes sino al pueblo en sí. Luis XVI, decidió reestablecer su autoridad
ante una sesión conjunta de los Estados Generales. Cuando los diputados del
tercer estado llegaron al palacio de Versalles el 20 de junio, encontraron su
cámara cerrada. La monarquía, opuesta a la Asamblea, cerró las salas donde ésta
se estaba reuniendo. Los asambleístas se mudaron a un edificio cercano, donde
la aristocracia acostumbraba a jugar el juego de la pelota, conocido como “Jeu de paume”. Allí es donde procedieron
con lo que se conoce como el «Juramento
del Juego de la pelota» el 20 de junio de 1789, prometiendo no separarse
hasta tanto dieran a Francia una nueva constitución. La mayoría de los
representantes del clero se unieron a la Asamblea, al igual que 47 miembros de
la nobleza. El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los
decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real y
el 27 de junio, ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la
autoproclamada Asamblea Nacional.
Luis XVI cedió a las presiones de la
reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el
nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos leales se concentraran en París y Versalles
pero los mensajes de apoyo a la Asamblea llovieron desde París y otras
ciudades. El 9 de julio la Asamblea se nombró a sí misma «Asamblea Nacional
Constituyente».
El 11 de julio de 1789,
el rey Luis XVI, actuando bajo la influencia de los nobles conservadores,
despidió al ministro Necker y ordenó la reconstrucción del Ministerio de
Finanzas. Ya al dia siguiente gran parte del pueblo de París interpretó esta
medida como un auto-golpe de la realeza, y se lanzó a la calle en abierta rebelión. Algunos de los militares
se mantuvieron neutrales, pero otros se unieron al pueblo.
El 14 de julio el pueblo
de París respaldó en las calles a sus representantes y, ante el temor de que
las tropas reales los detuvieran, asaltaron la fortaleza de la Bastilla,
símbolo del absolutismo monárquico pero también punto estratégico del plan de
represión de Luis XVI, pues sus cañones apuntaban a los barrios obreros. Tras
cuatro horas de combate, los insurgentes tomaron la prisión, matando a su
gobernador, el Marqués Bernard de Launay. Si bien sólo cuatro presos fueron
liberados, la Bastilla se convirtió en un potente símbolo de todo lo que
resultaba despreciable en el antiguo régimen. Retornando al Ayuntamiento, la
multitud acusó al Alcalde Jacques de Flessilles de traición, siendo ejecutado.
Con la Toma de la
Bastilla comienza el proceso político y social que marcó el final definitivo
del Absolutismo y con él al Feudalismo como sistema sociopolítico, emergiendo
así un nuevo régimen donde la burguesía, y en algunas ocasiones las masas
populares, se convirtieron en la fuerza política dominante en Francia y en
otros países europeos influyendo de igual manera en las naciones emergentes del
nuevo mundo. A partir de este cambio en las relaciones sociales se comenzó a
aplicar las ideas del liberalismo político, derivadas de la Ilustración:
ciudadanos iguales ante la ley (derechos y deberes), el constitucionalismo, la
separación de poderes, la soberanía nacional, el sistema representativo, como
una nueva manera de relación entre los ciudadanos y los que detentan el poder.
1.1
Bibliografía
consultada.
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