por: Leonardo Padura
En su célebre conferencia dedicada a La Habana (filmada en los años
En su célebre conferencia dedicada a La Habana (filmada en los años
1970) Alejo
Carpentier evocaba los días de su adolescencia, en las primeras décadas del
pasado siglo, cuando, a pesar del rápido crecimiento de la capital cubana, los
límites entre la rural y lo urbano todavía eran difusos.
Por ese entonces el “campo”
aun solía meterse en la ciudad de las más disímiles formas, y el novelista
recuerda como ejemplo muy notable el de las lecherías, donde se vendía la leche
fresca, recién ordeñada de las vacas que, esa misma mañana, habían sido traídas
desde los corrales cercanos a la urbe por unos recorridos fáciles de seguir a
través del hedor y la presencia física de las deposiciones que los animales
iban dejando a su paso.
Ya hacia los finales
de la época histórica que recorre la evocación
carpenteriana
(1912-1930),
La Habana era una ciudad con las características fundamentales de la capital
moderna y “el campo” se había retirado fuera de sus lindes.
Mercados y negocios de
diverso tipo, cada vez más adecuados a la vida del siglo fueron surgiendo no
solo en las zonas más comerciales, sino en los barrios de la periferia.
Incluso, conceptos como el de la tienda por departamentos y lo
que hoy se conoce como mall ya tenían una larga presencia habanera (ahí
está, aun de pie aunque llena de heridas, “La Manzana de Gómez” ).
Surcada por nuevas y cada vez más amplias avenidas, lo urbano se imponía
definitivamente y daba la fisonomía que la ciudad mantuvo hasta la década de
1980.
La llegada del período
especial, al despuntar el último decenio del siglo
XX fue una conmoción
para toda la sociedad cubana y especialmente para su economía, desde los
niveles macros hasta los más individuales. Fue ése un momento en que comenzó un
proceso regresivo de lo urbano que ha sido llamado la ruralización de la
ciudad que, en ciertas urbes del interior de la república, llegó a alcanzar
niveles alarmantes. Varios signos muy visibles y otros menos evidentes se
conjugaron para ir conformando ese proceso.
Un elemento sin duda
catalizador de todo el fenómeno fueron las migraciones masivas del campo a la
ciudad y del interior a la capital, que empujó a grandes masas de personas en
busca de unas posibilidades mejores para su existencia (o simple subsistencia),
al punto de que el gobierno trató de regular esos desplazamientos internos con
leyes que no parecen haber sido especialmente eficaces. Con esas personas, de
hábitos específicos, muchas veces marcadamente rurales, y el crecimiento paralelo
de una marginalidad citadina provocada por la propia crisis y las múltiples
dificultades cotidianas, La Habana fue sorprendida por acciones como la de
colocar ollas en las aceras para cocinar con leña, la cría masiva de cerdos
incluso en el interior de viviendas con mínimo espacio y la venta callejera de
productos agropecuarios.
Todas esas
manifestaciones, sumadas al deterioro acumulado, y para ese entonces acelerado,
del componente físico de la ciudad (edificios, calles, aceras, alcantarillas,
espacios públicos), La Habana fue alejándose rápidamente de su anterior
esplendor y adquiriendo la imagen de Feria de los Milagros con un
marcado sabor campestre, surcada por arroyuelos de aguas albañales, lagunas en
las furnias callejeras, parques convertidos en solares yermos o vertederos.
Lo
peor de todo fue que ese espíritu de abandono caló en la conciencia de sus
moradores ancestrales o recién llegados, hasta profundidades peligrosas.
En las últimas semanas, al calor de las primeras medidas ya en práctica
para la actualización del modelo económico cubano, La Habana ha recibido
un nuevo impulso en su proceso de ruralización: apresuradas construcciones
de zinc para la venta de cualquier artículo, esquinas tomadas por
vendedores de productos agrícolas que colocan la mercancía directamente
en el cajón en que han sido transportadas, el incremento masivo de la
cría de cerdos que luego nutrirán mercados y rústicos puestos de ofertas
gastronómicas que se van expandiendo por todo el territorio, en un
avance geométrico, sin orden ni concierto, sin respeto por el urbanismo
ni demasiadas preocupaciones por la salubridad.
Esta avalancha de lo
rural y lo efímero se suma a la situación ya existente desde los años 1990 y no
superada en la mayoría de los casos (calles intransitables, edificios
derruidos, casas mal pintadas o jamás pintadas, rejas sin un atisbo de
intención estética, criaderos de cerdos en jardines y patios), creando una
sensación de retroceso más que de progreso, de vuelta a los orígenes más
que de evolución.
Sin lugar a dudas la
causa de este fenómeno es en primer término económica, aunque en sus
manifestaciones tiene un fuerte componente social y cultural. Si bien la
supervivencia y la búsqueda de alternativas es una reacción inmediata con la
que los cubanos tienen que luchar, también resulta evidente que la falta de
controles, la degradación de las costumbres, la falta de sentido de
respeto por el derecho ajeno, la imposición de la ley del más fuerte, el
más inculto, el más pícaro, y la filosofía de que “hay que resolver”,
al precio que sea, están bullendo en la misma olla callejera donde se deteriora
el aspecto y la cultura de la ciudad.
La ruralización de La
Habana (algunos llaman al proceso como “haitianización”,
para hacerlo más doloroso y específico) es una realidad con la que ya
estamos conviviendo, y tanto que muchas veces ni siquiera reparamos en ella,
como si ver un carretón de caballos o un cerdo paseado como un perro fuese lo
más natural del mundo en una capital del siglo XXI.
Pero si lo miramos con
detenimiento, costaría trabajo admitir que en la época de las grandes
superficies comerciales, de la lucha por la conservación y el reciclaje, en
tiempos en que se sabe que el mantenimiento de la higiene es uno de los
elementos esenciales para el buen funcionamiento de un sistema de salud, La
Habana y Cuba, en general, se estén moviendo en sentido contrario, como
si hubiéramos abordado una máquina del tiempo enganchada en la marcha atrás,
sin que se vislumbre un muro de contención para ese proceso de deterioro
que afecta por igual lo físico y lo moral, lo material y lo espiritual.
Enviado por el H:.Tomás Pina Alonso
Yo frente al monumento a Martí en el Parque Central
Junto al "Caballero de París", Convento de San Francisco
Aquí en la plaza de la Catedral. Estas fotos son de hace tres años,como extraño a mi Habana Vieja!, aunque soy del Cerro.
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