martes, 14 de enero de 2014

Algo para nuestros tres enemigos

                                                       Ignorancia
                                            
                                               Hipocresía

                                                    Ambición

Por: QH:.Joaquín Nicolás Aramburu

Algunas gentes,  ya por curiosidad, ya por recelo, pero siempre con ignorancia, pretenden escudriñar los dogmas de la Masonería, interpretarlos a su antojo y encontrar contradicciones entre la doctrina y el proceder de ciertos miembros que, como ya hemos demostrado en anteriores trabajos, son miembros gangrenados, caracteres prostituidos, excepciones dolorosas de la regla general.

Sólo por el recelo se explicaría, si no se explicara también por la ignorancia, el proceder de esos adversarios nuestros que pasan por alto los méritos y las virtudes de la inmensa mayoría de nuestros hermanos, para fijarse únicamente en las debilidades de unos pocos; sólo por la ignorancia y el recelo se comprendería ese afán de querer que aparezcamos como una masa compacta de hombres intachables y perfectos, sin que se destaque del fondo resplandeciente de nuestra Institución ninguna mancha de esas que tan frecuentes son en todas las colectividades.

Fúndase, para tan absurda exigencia, en que buscamos la perfectibilidad humana, sin comprender que ese solo hecho demuestra la injusticia de nuestros detractores;  porque somos imperfectos, buscamos. Por medio de la moral y la instrucción, la posible perfectibilidad. Si fuéramos ángeles, viviríamos en las regiones olímpicas, no en este mundo que es, según los fanáticos, un lugar de prueba y un purgatorio para las almas pecadoras.

No abrigamos la pretensión de convencer a los que, dominados por la suspicacia, no se convencerían de ningún modo, porque no hay peor sordo que el que no quiere oír. Nuestros trabajos de propaganda van dirigidos a aquellos que ni nos aman ni nos aborrecen, sino que permanecen indiferentes por desconocimiento absoluto, no voluntario, de nuestra Institución.

Pero como quiera que para la Masonería casi todos los principios son discutibles, haremos algunas ligeras indicaciones, que acaso modifiquen extemporáneos juicios, destruyendo pretextos que infundadamente invocan nuestros contradictores.

La Masonería no es una religión: es una escuela de moral y mutuos beneficios. Como tal, no adelanta juicios opuestos a los del catolicismo o el protestantismo, y por consiguiente es aventurado establecer comparaciones entre sus procedimientos y los de la Iglesia. Cada afiliado tiene sus creencias y opiniones que los demás discutirán, pero que ninguno tratará de forzar.

Absurdo es, pues, querer hacer solidaria a la Institución toda, de una cosa en que cada hombre es libre y responsable de sus actos; como es absurdo fijarse en los defectos de un masón, cuando en el seno de la Iglesia hay tanto censurable, tanto ridículo y tanto asqueroso en materia de procedimientos, no ya entre la masa de creyentes, sino en la misma comunidad de sacerdotes.

La Masonería no tiene, como las sectas religiosas, una creencia organizada de los fines ulteriores del alma; ni defiende la trasmigración de los espiritistas, ni el eterno suplicio del infierno de los romanos. Su misión es meramente de este mundo; sus fines son puramente sociológicos; su ideal no traspasa los límites de la existencia conocida, sino que se dibuja, accesible y en aptitud de ser alcanzado, por la parte sana de la Humanidad.

El dogma fundamental de la Masonería, es el dogma fundamental de todas las religiones y de todos los pueblos: base única de la moral universal y fruto espontáneo de la sana razón.((Amar a un Ser Supremo, sobre todas las cosas. No hacer al prójimo lo que no quisiéramos que se hiciera con nosotros.)) Ese precepto, puramente divino, no por haber sido revelado verbalmente jamás sino por haber nacido de la intuición humana en todos los tiempos, es la clave de todos los trabajos masónicos.

Preguntarán nuestros contradictores: ¿Y si ese mismo es el dogma de la Iglesia, por qué existen ustedes? La respuesta es sencilla. Porque la Iglesia admite otros dogmas complementarios que la razón de muchos hombres rechaza. Y en nuestro seno pueden conciliarse las encontradas apreciaciones, sin abandonar el primitivo en que todos están conformes. Porque la Iglesia, como religión, no invade otros campos que nosotros invadimos con éxito, como son los del mutuo apoyo en las vicisitudes de la vida, y los de la escuela preparatoria de templanza que establecemos para modificar los arrebatos de la idea política. Y porque no es motivo suficiente para acordar la disolución de una sociedad moralizadora, el hecho de que existan otras sociedades análogas.

Si la Iglesia practica el bien y nosotros también lo practicamos, no existe perjuicio para nadie. Cuanto mayor sea el número de los que practican la virtud, menos progresos harán el vicio y mejor cumpliremos la voluntad del Ser Supremo.

Ahora, si hay instituciones que creen ver en nuestro apoyo el dualismo; que quisieran monopolizar las conciencias y ser solas y únicas directoras del criterio humano, no es culpa nuestra.

Lamentamos su obcecación y seguimos adelante nuestra obra.
Es otro error craso, creer que la Masonería, es conjunto, tiene preferencias por determinada escuela política ni trabaja por esta, o la otra forma de Gobierno. Ella respeta, acata y obedece el gobierno establecido en cada país, sea republicano, sea monárquico; ella es sumisa con las leyes, ella no crea dificultades a los poderes constituidos.

Si de su labor moral y de sus trabajos filosóficos, brota un cambio en la opinión pública y se modifica la constitución de los Estados, es que la razón humana, guiada por la lógica, se convence y progresa. Pero no es que la Institución descienda a los detalles de la política, ni tome plaza en el campo de batalla de las banderías.

Podrá ofrecer la historia algún caso en que las Logias, o mejor dicho, los miembros de la Logias, hayan tomado parte activa en luchas políticas; pero eso nada prueba. Libres los hombres en ese punto, habrán usado de su derecho.  Y si en vez de uso han cometido abuso, no importa.

También los sacerdotes católicos quemaron millares de hombres en las hogueras de la Inquisición. Y sin embargo, ningún católico admitirá que la
religión de Cristo, religión de paz y amor, se fundó para achicharrar masones, ni despedazar vivos a hombres, mujeres y niños inocentes. También los jesuitas cometieron horrores en el Paraguay y otros países, y sin embargo, no eran más que sacerdotes cristianos. Ahora: levántese uno bastante osado y diga si algún masón fue inquisidor o tirano.

No deben, pues, esos recelosos detractores de una cosa que no conocen, formar conjeturas vacías de todo sentido.

La Masonería no es una escuela política, sino una agrupación práctica, cuyas armas son las de la virtud; cuyo trabajo consiste en armonizar todas las creencias, borrando en lo posible las diferencias que crean la religión y la política; y cuyo fin es la posible felicidad de los hombres, por medio de la dignificación de los espíritus y la tranquilidad de las conciencias. ¡No los calumniéis, vosotros los obcecados que no quieren abrir vuestros sentidos a la luz del evangelio humano

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