viernes, 16 de mayo de 2014

Masonería y Cruz Roja

Por. José A. Ferrer Benemelli de su libro: La Masonería

El Boletín Oficial del Supremo Consejo del Grado 33 para España y sus
Dependencias, en su número de marzo de 1934, reproduce un listado de diez masones distinguidos con el premio Nobel de la Paz, de los que ocho lo eran por sus trabajos en favor de la paz. Y entre ellos incluye a Henrí Dunant, en cuya breve biografía se dice: «Filántropo suizo. Tras la batalla de
Solferino dedicó su vida y su fortuna, que era considerable, a conseguir la adopción de medidas para mitigar la crueldad de la guerra. A él se debe la
Convención de Ginebra de la que salió el acuerdo de fundar la Cruz Roja
Internacional. Los últimos años de su vida, completamente arruinado, vivió en un hospital suizo, donde un amigo le proporciono una plaza de caridad».
Pero curiosamente de todos los citados y algunos otros que hubieran podido completar el listado. Henrí Dunant es el único del que no hay constancia documental de que fuera masón, aunque una tradición mantenida fielmente hasta hoy día lo considera como tal. Ninguno de sus biógrafos, ningún historiador de la masonería ha podido demostrarlo todavía.
Sin embargo la obra cumbre de Henrí Dunant, la Cruz Roja, al igual que otras instituciones supranacionales como los BoyScouts, los Juegos olímpicos, la Conferencia de Paz de La Haya, la Sociedad de Naciones, la
Primera Internacional, la ONU... tradicionalmente se vienen vinculando a la masonería en unos casos con más acierto y fidelidad histórica que en otros.
Así, por ejemplo, consta de la activa participación de masones, y masones cualificados, en el apoyo a las Conferencias de Paz de La Haya, a la
Sociedad de Naciones y Primera Internacional, siendo menos claro —al menos en su fundación— el caso de los Boy-Scouts. Juegos Olímpicos y
ONU, si bien en todos los casos el ideario que impregna todas estas instituciones está basado en el mismo que desde sus orígenes defiende la masonería universal, es decir, en la fraternidad entre los pueblos por encima de razas, naciones y creencias religiosas, el pacifismo a ultranza, la universalidad y defensa de los derechos del hombre, del ciudadano y de los pueblos; la igualdad social y defensa del oprimido, perseguido y encarcelado; la libertad, base indispensable de la convivencia fraternal; la justicia sin paliativos; la formación integral del hombre; y finalmente el antibelicismo que permita llegar a través del desarme y el arbitraje internacional a esa Paz con mayúsculas tan deseada, como nunca alcanzada.
En el caso concreto del fundador del Scoutismo, lord Robert Baden
Powell —como se afirma en la Agenda Massonica 1988— estuvo muy próximo al mundo masónico, ya a través de sus amistades e informaciones ya en la asimilación de algunos mensajes pedagógicos y culturales de derivación masónica.
Con la Cruz, Roja, si bien no se descarta que algún día aparezca la vinculación de Henri Dunant a alguna logia de los muchos países que visitó y en los que vivió, lo que sí parece estar fuera de dudas es la ayuda decisiva de la masonería a la Cruz Roja, a través de los cinco amigos que integraron el llamado Comité de los Cinco, que daría paso al primer Comité
Internacional de la Cruz Roja. Y en especial se suele señalar a su presidente
Gustave Moynier, quien a la vez lo era de la Sociedad ginebrina de Utilidad
Pública, una entidad entroncada con la masonería de la época, y que fue, en realidad, quien dio el primer gran impulso a las ideas de Dunant, y por lo tanto a la Cruz Roja.
Desde la primera vez, el 17 de febrero de 1863, que se reunieron
Gustave Moynier; el ex comandante en jefe del ejército suizo, general Dufour: los doctores Luis Appia (también miembro de la Sociedad Ginebrina de
Utilidad Pública) y Teodoro Maunoir, y el propio Dunant, hasta las
Conferencias Internacionales que culminaron en los Convenios de Ginebra, la idea motriz y fundamental sería la de sentar las bases para el auxilio de los heridos de la guerra en aquellos casos en los que el servicio de sanidad militar fuese insuficiente.
Pero el resultado del primer Convenio de Ginebra de 1864, y los tres posteriores, vigentes desde 1949, así como los Protocolos Adicionales de
1977, encierran una serie de compromisos que deben suscribir los países que se adhieran a la Cruz y Media Luna Roja; compromisos que si no todos son de inspiración masónica, si se encuentran muy próximos a su ideología: cuidar a amigos y enemigos de manera similar, respetar al ser humano, su honor, los derechos de la familia, las costumbres, las convicciones religiosas y la dignidad de la mujer; autorizar a los delegados para que visiten los campos de prisioneros de guerra, a los internados civiles y para que se entrevisten sin testigos con los detenidos; prohibir el trato inhumano o degradante, las tomas de rehenes, las exterminaciones, las torturas, las ejecuciones sumarias, las deportaciones, el saqueo, los actos de violencia y la destrucción injustificada de los bienes particulares.
La historia de la masonería, aparte del Código Masónico que recoge no pocas de las ideas anteriores, está llena de páginas que hablan de su ayuda
a los damnificados y prisioneros de guerra; de la protesta por el exterminio de poblaciones civiles —como las balcánicas por los turcos—; de la lucha contra la pena de muerte, etc.
Pero es a partir de 1921 cuando la Cruz Roja adoptó lo que se ha dado en llamar sus bases filosóficas, o cuatro principios fundamentales
(Humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia), que luego serian completados con otros tres (carácter voluntario, unidad y universalidad), que finalmente serian adoptados jurídicamente en la XX Conferencia
Internacional de la Cruz Roja y Media Luna Roja, celebrada en Viena el año
1965, y que son los que están hoy día en vigor.
Basta su lectura atenta para descubrir que en todos ellos late, consciente o inconscientemente, la propia filosofía masónica, donde predominan las ideas de paz y amistad basadas en un concepto de universalidad y humanismo fraternal que no admite en sus logias ninguna controversia de orden político, racial, religioso, ideológico, estando incluso prohibidos los temas político-religiosos; que tiene como Gran Arquitecto del

Universo tanto al dios de los cristianos, como al de los musulmanes y judíos; que no hace tampoco distinción de nacionalidades, razas, religión, condición social o credo político; que favorece y busca la comprensión mutua, la amistad, la cooperación y la paz entre todos los pueblos.

Los fundadores de CR

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