miércoles, 25 de diciembre de 2013

José Martí, Su última cena de nochebuena



Desde mediados del año 1894 el Apóstol ya tenía ordenado todo lo concerniente a la “lucha de la patria por la libertad” en la que a cada patriota fijó lugar, aunque los mismos desconocían los manejos ajenos.
Martí consideraba propicia la fecha para que el pueblo del Diez de Octubre se declarara en armas, ya que creía el momento feliz y a la vez peligroso si no se aprovechaba, como quería aprovecharlo la dirección política. En el último tiempo de este año el pensamiento del Delegado del Partido
Revolucionario Cubano revoleteaba constantemente. Fueron semanas de mucha preocupación aunque todo estaba trazado minuciosamente. Todo estaba planificado y cada uno tenía que ejecutar una parte del plan de embarque hacia Cuba.
Los días transcurrían lentos, angustiosos.
Más, todo era imposible; el General Gómez no enviaba la comisión anunciada y Martí preveía un eminente peligro, tal que comunicaba a
Serafín Sánchez: “estamos perdiendo un tiempo precioso, y debilitando con cada día que perdemos la oportunidad que labramos. Imagine mi inquietud silenciosa..” En uno de esos momentos de reposo dentro de la enfermedad que le dominaba en aquel tiempo confiesa a Tomás Estrada
Palma su deseo de permanecer en la manigua cubana luchando como un pleno soldado a favor de la libertad de Cuba
Pensando en su madre escribe a su amigo, el Dr. Juan Santos Fernández, médico de Doña Leonor: “....sé lo que haces por mi madre, y lo que vas a hacer. Tratármela bien, que ya ves que no tiene hijo. El que le dio la naturaleza está empleando los años de su vida en ver como salva a la Madre Mayor...”
“Vida tan generosa y sacrificada como la de José Martí ya sería por sí sola dechado admirable de abnegación, de amor sin límites a su pueblo y a
América, de actividad asombrosa proseguida a través de las mayores adversidades; así lo describió Raimundo Lida en su obra “José Martí”.
                                                    
                                           La última Nochebuena de José Martí

José Martí mantenía afectuosa relación de amistad con cada uno de los miembros de la familia Baralt. Blanche Zacharie Hutchins, una joven americana de 18 años de edad, conoce en una velada musical a Martí y al Dr. Luis Alejandro Baralt por mediación de su hermana Adelaida.
Tiempo después, el Dr. Baralt y Blanca Zacharie se casaban y Martí fungía de padrino. Así, en lo adelante, el matrimonio -tal como la familia mantuvo contacto amistoso con nuestro patriota.
Tomemos la palabra de Blanche Z. de Baralt para conocer detalles del carácter del Apóstol cuando ella dijo que lo ha:
“...visto armarse de gran energía y estallar en justa ira en momentos terribles, su carácter era dulce y poco irritable. Tenía un gran dominio sobre sus nervios y bien sabe Dios si tuvo motivos de contrariedad y de indignación en la lucha a brazo partido que sostuvo en los últimos años de su vida, en que tantos, aun entre los suyos mismos, le entorpecieron el camino…”
Además Blanche de Baralt en uno de sus dos libros “El Martí que yo conocí” y “Martí, Caballero” recordaba aquella reunión llena de insólitos presagios:
"…Quiero recordar aquí la última cena, 24 de diciembre de 1894.
Cenábamos en la Nochebuena como era costumbre desde hacía muchos años, un grupo de amigos íntimos casi siempre los mismos. Ese año le tocó el turno de recibirnos a Irene Pintó de Carrillo, esposa de Antonio
Carrillo de Albornoz, amigo de Martí desde la juventud.
"…Con él y con Fermín Valdés Domínguez había estudiado Derecho en
Madrid.
"…Éramos trece comensales, y había faltado uno. Los esposos Carrillo y sus tres hijos; la señora de Mantilla con sus hijas Carmita y María; Martí;
Federico Edelmann y Adelaida Baralt; Luis y yo. Martí llegó algo tarde y parecía fatigado; ya estábamos en la mesa; aunque él estuvo afable y celebró la cena para agradar a la dueña de la casa, no reinaba la alegría habitual. No se lo explicaba uno, pero fue una fiesta de poca animación y pesaba sobre todos como un presentimiento inexplicable ..”

                                                            Una despedida formal…

Llegado el momento José Martí anhelaba despedirse de fieles amigos
como si presintiera que no regresaría por muy largo tiempo ya que su
deber con la Patria era llegar allí, besar la tierra tanto tiempo fuera de su
alcance, y luchar como un soldado más para lograr su libertad, ...y de una
de esas despedidas nos la relata Blanca Zacarie de Baralt:
“...Era las ocho y media de la mañana. Estaba en el comedor de mi casa tomando el desayuno. Sonó el timbre y oí la voz de Martí preguntar a la criada que le abría la puerta:
«¿Está ahí el caballero?», ….y momentos después entraba en el comedor.
«¿Se ha ido Luis ya? ¡Qué pena!, vine presuroso pensando alcanzarlo, pues no quería marcharme sin estrecharles la mano.
¡Sabe Dios cuándo nos volveremos a ver! Me despide de Adelaida y de Fico, y ahora me voy. ¡Adiós! No tengo un minuto que perder».
Lo acompañé hasta la puerta y salió en la mañana helada, como una flecha. Días después nos fijamos en un sobretodo marrón que había quedado colgado en la sombrerera. No pertenecía a ninguno de los de la casa. ¿Sería de algún amigo, que lo había dejado allí olvidado? Cosa rara en pleno invierno. Mi cuñada registró los bolsillos a ver si hallaba algún indicio de su dueño.
¡Cuál no fue su asombro al ver que estaban repletos de cartas y papeles dirigidos a Martí! ¡Pobrecito!, en la precipitación de su ida no se acordó de que había dejado su gabán en el vestíbulo, y se fue a la calle en ese día glacial sin notarlo.
¡Cómo estaría de preocupado!…"
En esos días el Delegado embarcaba para Port-au-Prince en el vapor
 Inglés “Athos” acompañado de Enrique Collazo, Manuel Mantilla, y José
María Rodríguez –Mayía- a quien Martí calificaba “el más virtuoso de los compañeros”.
Iban a reunirse con Máximo Gómez y otros patriotas en Montecristi para desde allí realizar el viaje y arribar a la costa de Cuba.

                                    Sus últimos días en Estados Unidos

Se dice que ésta es la última foto de José Martí tomada en New York, días antes de embarcar hacia Santo Domingo, aquí acompañado de Manuel
Mantilla, hermano de María y Carmita a quienes el Apóstol llamaba “mis niñas”.
Observando detenidamente esta foto, recordemos lo expuesto por Enrique
Collazo -publicado en “Cuba Independiente”, La Habana, 1900-, en cuanto a la imagen de José Martí.
“.... fino por temperamento, luchador inteligente y tenaz, que había viajado mucho, conocía el mundo y los hombres; dominaba siempre su carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los demás, apoyo del débil, maestro del ignorante, protector y padre generoso de los que sufrían; aristócrata por sus gustos, hábitos y costumbres, llevó su democracia hasta el límite; dominaba su carácter de tal modo que sus sentimientos y sus hechos estaban muchas veces en contraposición; apóstol de la redención de la Patria logró su objeto...”
Justamente así serían sus últimos días en la ciudad de New York.
Haciendo arreglos importantes, firmando documentos, antes de preparar e iniciar el viaje a Santo Domingo...:
Una vez leí un libro, -hace bastante tiempo y no recuerdo exactamente el título ni estoy plenamente segura del nombre del escritor, donde en una de sus páginas el autor situaba a un José Martí caminando por aquellas calles y avenidas de la ciudad de New York. Algunos otros –sus amigos nos dejaron saber que el Apóstol caminaba a pasos cortos, pero muy rápidos...
Y hoy medito: ¿Revelaría el físico del Delegado su estado de ansiedad expresando a su vez la inquietud por el tiempo que veloz transcurría sin recibir noticias de si todo estaba preparado en la isla para efectuar el inicio de la guerra justa y necesaria? ¡Cuántas veces caminaría, -¡quizás!- dominado por su pensamiento y tolerando en silencio la fría temperatura del Norte de Estados Unidos!

Escrito por: María Teresa Villaverde Trujillo. Lunes 23 de diciembre 2013

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