lunes, 11 de abril de 2011

El Juramento Masónico

  De pie ante el ara, alta la frente, sereno el corazón, libre el alma, descansas ¡OH hermano! Tu honrada diestra sobre el Código Masónico, y juras amor, discreción y fidelidad.

  ¡Qué acto tan serio, tan hermoso, tan imponente! No eres esclavo envilecido que juras, de rodillas, lo que el amo quiere que jures. No eres la víctima humillada que pronuncia por miedo, un voto que su conciencia rechaza.

  Eres hombre honrado que, por su libre y espontánea voluntad, promete ser leal, a otros hombres que no le han exigido que lo sea. Nadie te ha llamado: es tu propia conciencia la que te ha impulsado hacia nosotros. Y cuando un ser racional, sin presión ajena, deja hablar a sus sentimientos, o es sincero en sus palabras, o es un criminal empedernido que engaña a sabiendas a los que lo honran con su amistad.

  Tú perteneces ¡OH hermano! Al primer grupo; el de los hombres honrados y veraces. Has formulado tu voto, puesto de pie. ¿Por qué habías de arrodillarte? Ni tú eres un reo, ni nosotros tus jueces. Somos tus familiares, y tú eres el hermano querido, que regresas de un largo viaje al país de la ignorancia, y vienes a ocupar un puesto en  nuestra mesa y un lecho en el hogar común.

  No has puesto tu mano sobre un libro que encierra algún dogma religioso o alguna constitución política, que mañana podría revisar, examinar y combatir. La has colocado sobre el código Universal, el que compendia toda la grandeza humana y es común a todos los países y a todos los tiempos; el código de la Moral. Y no has prometido ante Dios, teniendo castigos de ultratumba, ni obedeciendo a creencias que pudieras abandonar mañana: has jurado por algo que para ti es muy sagrado, inalterable, inconmovible; aquello que no dejarás caer ni entibiar nunca: tu honor.

  Juro por mí palabra, has dicho. Cuando un hombre digno jura por su palabra de caballero, su alma se abre a las miradas del mundo, y el mundo entero presta absoluta confianza al noble juramento.

  He visto tu alma por dentro: está pura y blanca.

  Serás fiel, lo sé. Serás discreto, serás bueno. ¿Cómo no, si has venido sin llamarte, obedeciendo al mandato de tú corazón honrado, a pronunciar ese voto santo? ¿Lo ves? Todas las espadas amenazadoras han caído a tus pies; todos los semblantes, prevenidos hace un momento, han fotografiado la satisfacción y la alegría, y todas las diestras se encaminan a estrechar la tuya. Levántala, hermano mío, levántala. Basta ya de promesa. Tu frase augusta ha razonado en nuestros corazones con música deliciosa.

  ¡Ven a nuestros brazos!

Por: Joaquin N. Aramburu
Gentiliza del QH:.Camilo Condis

1 comentario:

  1. felicidades por tan acertada publiacion !!!!

    un T:.A:.F:.

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