miércoles, 16 de febrero de 2011

Día de San Valentín en la sala de Nefrología del Hospítal Padiátrico de Centro Habana

AMOR,  CON AMOR SE GANA
Por: Ernesto Luis Ocaña Gallardo.
En una  mañana fresca de Febrero…, o mejor, en otra mañana de San Valentín, pero de 2011, nuestros HH. masones encaminan sus pasos para honrar al santo del amor, allí  donde más lo reclaman. Reunidos nuevamente en la entrada del Hospital pediátrico de Centro Habana, nos dirigimos a visitar a los niños que se encuentran hospitalizados en ese centro, donde reciben  tratamiento dialítico. Luego de la debida autorización de la dirección del Hospital, acudimos con la requerida precaución y acompañados en esta oportunidad por el Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba, a la sala de los pacientes entregar a cada papá o mamá de los pequeños, un humilde presente en nombre de todos los masones cubanos. La noble labor que se viene desarrollando hace algunos años  ha tenido  resultados positivos que se aprecian en el  aumento del apoyo a esta iniciativa. Dos veces al año, a estos pequeños se les organiza   un cumpleaños colectivo, debido a que su estancia en el hospital se hace en ocasiones muy prolongadas y sus lugares de residencia estan muy distante, es decir en otras provincias. La alegría de los homenajeados es tal, que sensibiliza doblemente a los que aparentemente se han familiarizado con esta dura prueba que atraviesan los familiares, sí, una  cruda realidad que enfrentan sus médicos y los colosos padres y madres que literalmente renuncian a sus vidas para estar al lado de sus criaturas, de las cuales deberán separarse prematuramente para siempre en esta tierra.
A esta actividad filantrópica, organizada por el Capítulo Rosa Cruz “Claudio Justo Vermay” y la logia “Minerva” se sumaron, como ya es tradicional,   las “Hijas de la Acacia”, Institución femenina que paralelamente a los masones en Cuba,   cooperan con la obra de la edificación de una sociedad mejor. La mayor satisfacción que se siente al realizar esta gestión es saber que sembramos cosas que no se ven, y sin embargo, quedan  profundamente arraigadas en nuestras almas. Nuestra pobreza material no deberá nunca ser óbice para incrementar la riqueza espiritual que producen estos actos, porque son esos poquitos los que oportunamente rebosan  de paz los corazones más buenos.


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